Cada primer sábado y domingo de mayo, vecinos de Catí y multitud de acompañantes y caminantes recorren el camino circular que les lleva a Sant Pere de Castellfort, en una larga marcha de dos dias de duración, conocida como Rogativa de Catí a Sant Pere de Castellfort, y documentada desde 1321.

La peregrinación de Catí es una de las más arraigadas en el interior de Castellón. Desde el siglo XIV hay testimonios escritos de este recorrido penitencial. El sábado, en el recorrido de subida, los romeros atraviesan l’Avellà, La Llècua, el casco histórico de Ares del Maestrat y llegan hasta su destino por los términos de Catí, Morella, Ares y Castellfort.

En la Rogativa de Catí a Sant Pere de Castellfort se mantiene la tradición procesional de acompañar la cruz y las banderas. Al amanecer del sábado, los entregados peregrinos, conocidos como "Els Catinencs", vestidos con capas oscuras y barretinas, que, con sus rezos y cánticos, llenan de emoción a todos los asistentes, se congregan en la iglesia parroquial de Catí, entonan el ‘O Vere Deus’ que remonta a otros tiempos, y, portando la imagen de Sant Pere, inician la caminata hacia la ermita de Sant Pere de Castellfort. Uno de los momentos más emotivos es la llegada a Sant Pere, donde una multitud de personas espera a los peregrinos con las calderas de cobre que contienen habas y arroz.

 La peregrinación de la Rogativa de Catí a Sant Pere de Castellfort tiene muchos otros elementos singulares, además de la vestimenta tradicional y los cánticos religiosos. Lo mismo sucede con la gastronomía tradicional donde no falta el queso fresco de Catí, el agua del Avellà, el requesón, la miel, el aguardiente, el moscatel … Se trata, en todos los casos, de alimentos anteriores al descubrimiento de América y destaca la ausencia de carne.

El trayecto de la rogativa es una oportunidad para el recogimiento, el descubrimiento interior, y también para estrechar los lazos comunitarios y disfrutar de la belleza natural de la región. Los participantes caminan juntos, compartiendo momentos de fe y devoción, mientras contemplan los paisajes montañosos y disfrutan de la compañí­a de vecinos y amigos. Es una tradición arraigada en la historia y la cultura local, que ha sido transmitida de generación en generación, y que sigue siendo un evento importante en el calendario religioso y social de la región.